martes, 31 de mayo de 2011

12. J. M. GUTIÉRREZ Y J. ARBOLEDA


En la redacción de los periódicos Palma departió con los escritores chilenos, argentinos, venezolanos o colombianos que comían en Lima el amargo pan del ostracismo. Y vino en conocimiento del romanticismo europeo por conducto de los poetas románticos de la 1ª generación americana. Desde 1851, por ejemplo, data su amistad con: (1) Juan María Gutiérrez, a quien Palma entrevistaría en el local de El Comercio (Palma, 1861: p 3 y 24); y (2)  con Julio Arboleda, a quien siempre amó con extremos de discípulo. En marzo 1888 le comunicó a Luis Capella Toledo: “Recibí, mi general y amigo, su estimable carta de 19 de enero, y con ella el precioso autógrafo de mi amigo y maestro Julio Arboleda. Era yo un niño cuando conocí á don Julio en la redacción del Intérprete, diario de Lima, en el que era yo, á la vez que estudiaba en el Colegio y escribía mis primeros versos, ayudante del cronista. D. Julio me tomó cariño, y me obligó á ir por las noches á su casa, donde me daba lecciones de inglés. Ya verá usted que tengo motivos para que la memoria de D. Julio me sea muy querida”. (Carta de Palma a Luis Capella Toledo, de marzo 1888, en Palma, 1891: p xx).
El publicista  argentino Juan María Gutiérrez iba con frecuencia a la  Biblioteca Nacional  a revisar los viejos manuscritos coloniales. Un día quiso sacar copia de uno de ellos, y le pidió al Director, don Francisco de Paula Vigil, “que le indicara algún muchacho listo para encomendarle esa tarea; recomendóle  Vigil a   Palma, y así empezó entre el escritor maduro y el jovenzuelo la relación amistosa e intelectual, que perduraría hasta el fin de la existencia del preclaro argentino”. (Angélica Palma, 1933: p 19).

11. PALMA Y ANTONIO RAIMONDI

Antonio   Raimondi   arribó   al   Callao   en julio 28 1850. Ricardo Palma (1910c: p 2, col e y f)  narra cómo aquél, a los 3 días de su llegada, se puso en contacto con el Dr Cayetano Heredia, rector del Colegio de la Independencia, el que más tarde se convertiría en la Facultad de Medicina de la Universidad de San Marcos: “Era el 28 de julio de 1850 cuando, a las once de la mañana, fondeó el bergantín y a las 2 de la tarde llegó nuestro viajero a la Capital. La ciudad estaba de fiesta, engalanada y rebosando la entusiástica animación propia del clásico día en que conmemoramos el nacimiento de la patria a la vida de la nación independiente. No se diría sino que por intuición misteriosa del mañana recibíamos al desconocido viajero con los honores fastuosos que a un excelso triunfador se dispensan. Nos anticipábamos al porvenir, a la grandiosa fiesta de hoy. || Tres días más tarde visitó Raimondi al Rector de San Fernando, para quien traía una carta de  recomendación; y el ilustre rector aceptó sus servicios como auxiliar de una de las cátedras asignándole muy modestas rentas y habitación en el edificio.|| Yo era por entonces estudiante de San Carlos, y mis aficiones literarias me llevaban diariamente, de 7 a 10 de la noche, al cuarto de un poeta  alumno de la Escuela de Medicina. Allí nos congregábamos los bohemios en animadísima charla, y allá fue donde apenas  transcurridos  seis u ocho días, intimamos con el joven italiano, intimidad inalterable hasta el año en que Raimondi realizó su primer viaje de exploración a la montaña”. Y justamente fue Antonio Raimondi el encargado por el gobierno de Echenique de hacer los análisis químicos necesarios para exportar  el codiciado excremento de las aves marinas, que se habían acumulado en las islas de Chincha, donde nuestro autor tuvo la oportunidad de leer la Biblioteca de Autores Españoles  de Rivadeneyra, entre octubre 1853 y enero 1854.

10. RENUNCIA AL APELLIDO SORIANO

Palma  probó  fortuna  en  el  periodismo  en 1848, a los 15 años de edad, siendo a la sazón estudiante carolino. Recibió su bautismo de tinta en El Comercio. En este diario, agosto 31 1848, publicó con el nombre de Manuel Ricardo Palma, una composición en octavas reales dedicadas “a la memoria de la señora doña Petronila Romero”. (César Miró, 1953: p 35). En 1848  Manuel Ricardo Palma  Soriano renuncia al Soriano.  Para entonces los padres ya se habían separado. Y por  siempre se queda con Palma.

9. LA ESCUELA PRIVADA

En enero 24  1848  apareció en El Comercio de Lima (n° 2,575, p 4, col c)  una breve reseña de los exámenes públicos que rindieron los alumnos del Colegio de  Orengo, ubicado en la calle de la Minería (hoy, 1ª cuadra de la Avenida Emancipación). Se efectuaron entre el 16 y 19 de enero 1848. Y fueron  presididos por el Dr  Francisco Sánchez Navarrete, Director de los Colegios de Instrucción Primaria de Lima. “Los Padres” de los alumnos firmaron el comunicado, con el título Exámenes. Decían que éstos “han sido sumamente lucidos y han manifestado el empeño y contracción de su director, profesores y alumnos durante el año escolar. En todos los ramos del examen han mostrado un convencimiento que no podemos menos de alabar...” Entre los alumnos “dignos de todo elogio”  ¾según el suelto periodístico, que fue descubierto por César Miró  (1953: p 28)¾   destacan “los jóvenes D. Enrique Alvarado, en Religión y Latín, y D. Manuel Palma, en Matemáticas, Contabilidad y Nociones de Economía Política”.

8. EN EL IMPERIO DE LA POLITIQUERÍA


En  las  campañas  para  elegir  presidente  de la república y representantes al congreso los candidatos se gritan vela verde y zamba canuta. Guillermo L. Guitarte (1974: p 75-6)[1] dilucida el enfrentamiento entre Vivanco y Castilla de 1842: «Algunos episodios de la vida pública del general Vivanco, caudillo conservador del Perú, muestran la relación  que ha debido existir entre su posición política y el lenguaje. Por su misma desmesura, las anécdotas que recordaré permiten ver dicha relación como a través de un lente de aumento. En 1842, durante la lucha por el poder entre Vivanco y Castilla, éste hizo publicar en Tacna unas cartas del primero que habían caído en sus manos. En la imprenta las estropearon y aparecieron sin gramática. Vivanco quedó mortificado al ver que hacía figura de no dominar el español y, a su vez, hizo reproducir fielmente las cartas en un periódico de Arequipa, para que se viera que no se había educado “entre llamas y en la choza” como su rival y “complaciéndose en señalar los efectivos errores lingüísticos del zamarro animal [Castilla]” 34. [Aquí Guitarte cita a  Basadre, 1924: p 215]. También en su manifiesto de 1854 contra Castilla, Vivanco censura errores de lenguaje en los decretos de aquél 35  [Aquí Guitarte cita a  Basadre, 1924: p 123], caso único, creo, en que se han esgrimido argumentos de corrección lingüística para justificar una revolución. Quien no conozca la sensibilidad americana en materia de lenguaje no comprenderá estos aspectos risueños de nuestras trágicas guerras civiles. A la luz de lo anterior, cuando el Supremo Director Vivanco pronunciaba sus impecables zetas que tanto impresionaron al joven Ricardo Palma, ¿no estaba queriendo manifestar con ello que sus obras de gobierno corresponderían a las de un hombre civilizado, lo que pensaba que no podría hacer su rival Castilla (que sin duda sesearía), a quien calificaba de “zamarro animal” criado entre llamas porque cometía errores lingüísticos?».
El limeño choleó al provinciano. Precipitó el ataque racista teniendo en cuenta: (1) que la abuela de Castilla, doña Magdalena Romero, fue “india de Tarapacá”, según Sir Clements  R. Markham (1941: p 302). y (2) que eran públicas y notorias las deficiencias lingüísticas  de Castilla, pecado que la clase dirigente de la época castigaba severamente.
En el proceso de 1849-1851 compitieron el general Manuel Ignacio de Vivanco, el general José Rufino Echenique y el terrateniente iqueño Domingo Elías.              Se vivía una democracia imperfecta. Los ciudadanos que gozaban del derecho al voto constituían una ínfima minoría. El general Vivanco pretendió seducir a los electores. Darles en la yema del gusto elitista. Introdujo la moda huachafa de pronunciar el sonido z. Encontró simpatizantes  entre  muchachos inocentes, como Ricardo Palma. En Gazapos oficiales (1899) éste rememoró la anécdota: “Era yo mozalbete y, como otros muchachos creía que para merecer título de vivanquista de primera agua bastaba y sobraba con no discrepar en la pronunciación de aquellas consonantes [c y z]. Hasta  creo que (¡Dios me perdone el candor!) a fuerza de perseverancia llegué a habituarme. Pero pasó de moda el vivanquismo, como pasan todas las modas, todos los partidos y todos los hombres que los simbolizan, y las limeñas dieron en burlarse de los que pronunciábamos c y z, bautizándonos con el mote de azucenos. Trabajillo me costó olvidar la maña, lo confieso”. (TPC, p 1514-5).
Mientras duró la justa  electoral Palma colaboró con el diario vivanquista El Correo Peruano. El general Vivanco perdió las elecciones. Las ganó el general José Rufino Echenique, el presidente que dilapidó el tesoro del guano.  Palma para sobrevivir en un medio hostil a las letras olvidó sus poses aristocratizantes, y colaboró en el diario echeniquista El intérprete del pueblo (Holguín Callo, 1994: p 459).  Había sido liberal desde 1848. Adhirió al proyecto conservador de Vivanco por conveniencia política del momento, y no por convicción doctrinaria.
En algún momento el castellano de América se diferenció del castellano de España al dejar de pronunciar el sonido z,  fenómeno irreversible que se conoce con el nombre de seseo. No en todas las regiones españolas  se distinguía la pronunciación de s de la z. Prácticamente la z era un sonido muerto. Y resucitar a un sonido muerto no pasaba de ser una utopía. Esta utopía se dio en la primera mitad del siglo XIX, en Bogotá y en Lima, es decir, en la periferia del ex-imperio.
Durante el proceso electoral de 1849-1851 Palma debutó como periodista, político y narrador. En alguna hoja volandera, al calor de la polémica, debió publicar Consolación (1851). Esta su 1ª  tradición  refleja la crisis de espiritualismo que lo agobiaba. Y sobre  todo, el deseo romántico de escapar de sí mismo. Se decía plebeyo, y suscribía la tesis del aristócrata Vivanco. Se decía liberal, y abrigaba la utopía conservadora de resucitar un sonido muerto. Palma militó en las filas ultraconservadoras del general Manuel Ignacio de Vivanco en la sublevación (noviembre 1856-junio 13 1857) de éste contra Castilla. Palla-huarcuna representa una regresión en la evolución del estilo y la ideología. El autor debió escribirla en 1856, fascinado por el garbo, el abolengo y  el desplante aristocrático del general Vivanco. El purismo lingüístico se convalida con el puritanismo sexual.


[1]      En marzo 8 2003 el  lingüista sanmarquino y palmista en agraz Augusto Bernardo Alcocer  Martínez   me envió una copia fotostática del trabajo de  Guillermo L. Guitarte (1974).

7. LA SEPARACIÓN DE LOS PADRES


La separación de los padres de Palma se habría producido entre 1840 y 1847 (Holguín Callo, 1994: p 46).  El matrimonio inter-étnico no pudo durar mucho. Ricardo Palma se habría quedado a vivir en el hogar de su padre. Habría habido un distanciamiento entre la madre y el hijo. Habría habido ciertas carencias en el plano afectivo. La separación de los padres de todas maneras es un fracaso. Durante toda su vida Palma cargó  el peso de ese fracaso a la cuenta de su madre. Nunca la mentó en sus Tradiciones. Y cuando lo hizo en sus cartas y documentos privados, sólo fue por un interés egoísta de proclamarse ante el mundo como un niño prodigio. Para cumplir con el mito moderno del self made man, del hombre que se hace  a sí mismo.

6. UN NIÑO PRECOZ


En octubre 25 1914 Palma escribe la tradición Una visita al mariscal Santa Cruz (TPC, p 1418-22). Allí nos cuenta que, en 1864, entrevistó, en París, al defenestrado Protector, y le recordó tiempos en que Palma y su familia habían sido partidarios de la Confederación.  He aquí la versión de Palma:¾ No, señor;  iba a  cumplir seis años cuando ocurrió el incidente a que me refiero y que dejó honda huella en mi espíritu infantil. Era en enero de 1839, y se vivía en Lima entre agitaciones y zozobras. Una noche, poco después de las siete, se oyó en la tranquila calle del Rastro de San Francisco, donde habitaba mi familia, galopar de caballos; corrí al balcón, y en la penumbra de la calle, pobrísimamente alumbrada, alcancé a percibir un grupo de tres o cuatro jinetes; ocurrióseme que llevaban arreos militares, y, sobreexcitada mi imaginación por los relatos que oía continuamente a mi padre, partidario decidido de la Confederación, grité: «¡Viva Santa Cruz!». Creí que la cabalgata se había detenido un punto; pero pronto se perdió en las tinieblas. Por averiguaciones posteriores he llegado a pensar que no me equivoqué al lanzar mi exclamación”.
Que Santa Cruz le creyera o no el cuento, no nos consta. ¿Por qué tendría que creerle? ¿A santo de qué? La Confederación Perú-Boliviana suponía la existencia de 3 estados con sus respectivas capitales. La plutocracia criolla de Lima (Capital del Estado Nor Peruano) profesaba la ideología centralista; y por lo tanto, era enemiga encarnizada de la Confederación. Temía que el Estado   Sud Peruano, cuya Capital era  el Cuzco,   terminara proclamándose nación independiente. El viejo Pedro Palma era santacrucista, y vio el derrumbamiento de  la Confederación Perú-Boliviana. El hijo Ricardo Palma debió crecer entre el fuego de 2 ideologías.
En su vejez Palma revivió las peripecias de su niñez. No quiso aceptar la realidad, la verdad monda y lironda. Y para encandilar a los niños del mundo maquilló su pasado. Les ofreció el mito del niño prodigio capaz de entender la significación histórica de la tan discutida Confederación Perú-Boliviana. Capaz de vivar a un caudillo que acababa de ser derrotado en la batalla de Yungay (enero 20  1839). Y que, finalmente, tuvo el gesto patriótico de alentar a un presidente en desgracia.
Palma no fue ningún niño prodigio. Tan es así que  Riva-Agüero (1962: p 364) desmintió a Palma: “Era una noche de verano, el 24 de Enero. En un largo balcón, próximo a la iglesia de San Francisco, tomaba fresco la familia Palma, en compañía de otras honradas familias de mediana condición que habitaban departamentos de la misma casa. De repente, en el silencio y obscuridad de la noche, apareció un pelotón de hombres montados y armados; varios militares, embozados en capas, que apresuradamente tomaron hacia los barrios de Santo Toribio y San Pedro. El padre de D. Ricardo, sin saber quiénes era, no quiso desperdiciar la ocasión de manifestar sus predilecciones políticas, y lanzó un estentóreo: ¡Viva Santa Cruz!, que fue coreado por su familia y vecinos. Entonces el jinete que ocupaba el centro del grupo, y a quien al parecer obedecían los demás, volvió la cara, paró un instante el caballo y se tocó el sombrero, como contestando la ovación. Enseguida continuó su acelerado caminar. Según pudo averiguarse después, era, en efecto, el propio Santa Cruz, que rodeado de algunos leales edecanes, venía huyendo desde los aciagos campos de Yungay. Recién llegado esa noche a Lima, a los cuatro días de prestísima y fatigosísima marcha, se enderezaba a cenar y descansar un momento en la casa de su inquebrantable amigo, D. Juan Bautista de Lavalle, situada en la esquina de las cuadras de Melchormalo y Beytia. A las pocas horas, continuaba de allí su viaje hasta Arequipa,...” El que lanzó el “¡Viva Santa Cruz!” no fue el niño Palma, sino el padre de éste, Pedro Palma.