martes, 31 de mayo de 2011

3. CULTO A LOS MUERTOS

En 1932, cuando la autora escribía la biografía de su padre, Lima no era muy grande. Y si hubiera querido averiguar el nombre y la fecha de defunción de su abuela no hubiera tenido dificultades para hallar a un contemporáneo que se los diera. Angélica Palma nació en octubre 25 1878.  Según Porras Barrenechea   (1954a: p 15, col b), que descubrió la partida de defunción, don Pedro Palma murió en noviembre 21 1880, de 78 u 80 años de edad, en plena guerra con Chile (1879-83). Y no pudo  ofrecerle  el dato a su nieta. Tal vez Angélica Palma sabía, y ocultaba la información para sobreproteger la imagen  de su padre. En una cultura de tipo tradicional las relaciones de parentesco  no se pierden tan fácilmente. Cada año, en  noviembre, los deudos honran la memoria de sus antepasados, visitando el cementerio y coronando sus tumbas con ramos de flores.
La madre murió en diciembre 10 1863. Y si  Palma hubiera honrado su memoria, hubiera concurrido con  sus hijos en la fecha indicada para practicar el ritual correspondiente. Y en la lápida éstos hubieran podido leer la fecha de defunción. Y el padre no hubiera podido afirmar que la abuela murió cuando él era niño. Los nietos tienen el derecho de ver la tumba de su abuela. Y don Ricardo les privó de este derecho porque fustigaba las romerías a los cementerios. Y a lo mejor se encontraban con los otros descendientes negros que doña Dominga Soriano habría tenido en su 2° compromiso. De éstos no sabemos casi nada. Los padres de Palma se separaron entre 1840 y 1847 (Holguín Callo, 1994: p 46). No llegaron a romper el vínculo matrimonial, porque la iglesia no aceptaba el divorcio. Lo cual no habría sido óbice para que Dominga Soriano, joven aún, siguiera procreando.
Los amigos y parientes guardan memoria del nombre del padre, del abuelo, del bisabuelo y del tatarabuelo. Y  Angélica Palma no estampó en su biografía el nombre de su abuela  porque en su  familia solían  borrar de la memoria los recuerdos ingratos. Este simple detalle cuestiona el título de Tradiciones Peruanas que Palma le asignó a sus relatos. En ciertos casos más que  tradiciones, recordó costumbres. Espíritu fundamentalmente moderno y racionalista,  no abrigó mucho respeto por lo sagrado. Olvidó las tradiciones que había mamado en la leche materna. Renegó de su madre porque era negra. Renegó de sus orígenes. Se apitucó. Ignoró la resonancia afectiva que la madre tiene en la religiosidad tradicional del Perú profundo.
A este respecto Palma ha hecho 2 declaraciones reveladoras: (1) “Los románticos de 1845 á 1860, en América, fuimos verdaderos neuróticos por lo revesado y contradictorio de nuestros ideales, reflejados en versos, ora henchidos de misticismo ampuloso y de candor pueril, ora rebosando duda cruel ó desesperanza abrumadora” (Poesías completas, 1911: p 6). (2) “En Juvenilia [poemario que agrupa las poesías alumbradas entre 1848 y 1860] vivían aún en mi espíritu las reminiscencias religiosas del hogar materno, y era creyente porque aún no había estudiado gran cosa ni puesto en ejercicio mi criterio”. (Carta a Vicente Barrantes, dL ene 29 1890, E, t I, p 331).

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