martes, 31 de mayo de 2011

6. UN NIÑO PRECOZ


En octubre 25 1914 Palma escribe la tradición Una visita al mariscal Santa Cruz (TPC, p 1418-22). Allí nos cuenta que, en 1864, entrevistó, en París, al defenestrado Protector, y le recordó tiempos en que Palma y su familia habían sido partidarios de la Confederación.  He aquí la versión de Palma:¾ No, señor;  iba a  cumplir seis años cuando ocurrió el incidente a que me refiero y que dejó honda huella en mi espíritu infantil. Era en enero de 1839, y se vivía en Lima entre agitaciones y zozobras. Una noche, poco después de las siete, se oyó en la tranquila calle del Rastro de San Francisco, donde habitaba mi familia, galopar de caballos; corrí al balcón, y en la penumbra de la calle, pobrísimamente alumbrada, alcancé a percibir un grupo de tres o cuatro jinetes; ocurrióseme que llevaban arreos militares, y, sobreexcitada mi imaginación por los relatos que oía continuamente a mi padre, partidario decidido de la Confederación, grité: «¡Viva Santa Cruz!». Creí que la cabalgata se había detenido un punto; pero pronto se perdió en las tinieblas. Por averiguaciones posteriores he llegado a pensar que no me equivoqué al lanzar mi exclamación”.
Que Santa Cruz le creyera o no el cuento, no nos consta. ¿Por qué tendría que creerle? ¿A santo de qué? La Confederación Perú-Boliviana suponía la existencia de 3 estados con sus respectivas capitales. La plutocracia criolla de Lima (Capital del Estado Nor Peruano) profesaba la ideología centralista; y por lo tanto, era enemiga encarnizada de la Confederación. Temía que el Estado   Sud Peruano, cuya Capital era  el Cuzco,   terminara proclamándose nación independiente. El viejo Pedro Palma era santacrucista, y vio el derrumbamiento de  la Confederación Perú-Boliviana. El hijo Ricardo Palma debió crecer entre el fuego de 2 ideologías.
En su vejez Palma revivió las peripecias de su niñez. No quiso aceptar la realidad, la verdad monda y lironda. Y para encandilar a los niños del mundo maquilló su pasado. Les ofreció el mito del niño prodigio capaz de entender la significación histórica de la tan discutida Confederación Perú-Boliviana. Capaz de vivar a un caudillo que acababa de ser derrotado en la batalla de Yungay (enero 20  1839). Y que, finalmente, tuvo el gesto patriótico de alentar a un presidente en desgracia.
Palma no fue ningún niño prodigio. Tan es así que  Riva-Agüero (1962: p 364) desmintió a Palma: “Era una noche de verano, el 24 de Enero. En un largo balcón, próximo a la iglesia de San Francisco, tomaba fresco la familia Palma, en compañía de otras honradas familias de mediana condición que habitaban departamentos de la misma casa. De repente, en el silencio y obscuridad de la noche, apareció un pelotón de hombres montados y armados; varios militares, embozados en capas, que apresuradamente tomaron hacia los barrios de Santo Toribio y San Pedro. El padre de D. Ricardo, sin saber quiénes era, no quiso desperdiciar la ocasión de manifestar sus predilecciones políticas, y lanzó un estentóreo: ¡Viva Santa Cruz!, que fue coreado por su familia y vecinos. Entonces el jinete que ocupaba el centro del grupo, y a quien al parecer obedecían los demás, volvió la cara, paró un instante el caballo y se tocó el sombrero, como contestando la ovación. Enseguida continuó su acelerado caminar. Según pudo averiguarse después, era, en efecto, el propio Santa Cruz, que rodeado de algunos leales edecanes, venía huyendo desde los aciagos campos de Yungay. Recién llegado esa noche a Lima, a los cuatro días de prestísima y fatigosísima marcha, se enderezaba a cenar y descansar un momento en la casa de su inquebrantable amigo, D. Juan Bautista de Lavalle, situada en la esquina de las cuadras de Melchormalo y Beytia. A las pocas horas, continuaba de allí su viaje hasta Arequipa,...” El que lanzó el “¡Viva Santa Cruz!” no fue el niño Palma, sino el padre de éste, Pedro Palma.

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