jueves, 2 de junio de 2011

19. AMORCILLOS DE ESTUDIANTE


En carta a Ventura García Calderón, dL dic 20 1916, Palma (1916: p 5) le dice: “Amorcillos de estudiante me obligaron a dejar la Universidad y aprovechando mi nombramiento oficial del cuerpo político me embarqué  como contador  de nuestra Armada. En una larga estadía en las islas de Chincha, me leí la Biblioteca de Clásicos  españoles de Rivadeneyra; de ahí mi devoción por los grandes prosistas  castellanos”. La carta fue dictada  a su hija Angélica, y publicada, con el título de Autobiografía de Ricardo Palma, en América Latina (París, año V, vol V, n° 12, diciembre 1° 1919, p 5), y reimpresa en TOP (p 34). En 1933 Angélica Palma imprimió la biografía de su padre, y en las páginas 21-22 narró con lujo de detalles cómo se truncaron los  amores de su ilustre progenitor en setiembre 24 1853:

En la procesión de las Mercedes de 1853, se hallaba Ricardo Palma en la puerta de una casa de la calle de los Gallos, esperando que, conforme se lo había prometido, apareciera por allí la chica de sus amores; a través de los gruesos cristales de miope, buscábala en vano, entre el abigarrado gentío, los ojos del mozo; al fin creyó distinguir la gentil figura y, como pudo, se abrió paso, viendo al acercarse, que no era ella, sino su hermana, que, disimuladamente, logró separarse del grupo familiar.
—¿Por qué no ha venido Teresita? —preguntó ansiosamente el joven a su presunta cuñada.
—Se ha quedado sola en casa, llorando, porque mamá la ha reñido mucho por culpa de usted.
Llorando... y sola... Había que consolarla. Palma se apartó de la comitiva y corrió a casa de la muchacha; pero la madre de ella, conocedora de triquiñuelas de enamorados, sospechó ésta, y ordenando contramarcha a las niñas que la acompañaban, volvió a su domicilio cuando apenas empezaba el coloquio de la amartelada pareja. La señora no manifestó sorpresa ni enfado; prefirió plantear la cuestión tranquilamente.
—¿Quiere usted a mi hija?
—Muchísimo.
—Pues cásese usted con ella.
—Lo haré dentro de algún tiempo; ahora es imposible, señora, soy estudiante, soy pobre...
Nada de eso significaba obstáculo para la aspirante a suegra; ella arreglaría para el joven matrimonio un departamento independiente en su misma casa; el novel marido continuaría sus estudios en el Convictorio y sería para la familia un hijo más, hasta el momento no lejano, dadas sus cualidades, en que, terminada su carrera, formara posición y hogar propios.
Palma se vio entre la espada y la pared: o renunciaba a su amor o abandonaba, por un casamiento prematuro, su libertad de soltero y sus vastos proyectos para el porvenir. Pidió un plazo de veinticuatro horas  antes de responder; pasó la noche insomne trazando y desechando planes y a la mañana siguiente fuése a contar sus cuitas a don Miguel del Carpio.
—¡Casarse a los veinte años! ¡Qué disparate!  —exclamó Carpio. —  Usted no debe cortarse las alas; pero tampoco debe quedarse en Lima; para su tranquilidad y la de esa señorita, lo mejor que puede hacer es embarcarse inmediatamente.
El joven, cabizbajo, aceptó; llamó don Miguel a su secretario, inquirió datos, hojeó papeles y se enteró de que se hallaba vacante el puesto de contador en un buque de guerra, próximo a zarpar del Callao en comisión de servicio. Hizo extender el nombramiento de Palma y éste, después de escribir a la señora la contestación ofrecida, se hizo cargo de su empleo a bordo de la goleta Libertad. (Angélica Palma, 1933: p 21-22).

En 2 oportunidades Palma se ha referido al percance de setiembre 24 1853, cuando él tenía 20 años, pues había nacido en jueves febrero 7 1833. En el capítulo V de La bohemia de mi tiempo (1899) ya había dicho: “Era el 7 de febrero de 1852, día de mi cumpleaños, y don Miguel me había invitado a su mesa. Junto a mi cubierto, vi un pliego lacrado y con sello ministerial. Don Miguel sabía dar estas sorpresas con una delicadeza que ya no se usa. El porqué un año más tarde (y a los veinte de mi edad) abandoné el colegio y, haciendo uso del título encerrado en aquel pliego, serví activamente en la Escuadra, resignándome a ser presupuestívoro, no es para referido en estas páginas. Eso no se relaciona con la literatura, sino con el corazón y las calaveradas de la mocedad. Además, no me he propuesto hacer todavía confesión general de mis culpas, aunque tenga segura la absolución plenaria por parte del lector, que de pecadillos como el mío tendrá henchida la conciencia. Al apuntar este episodio, que me es personal, he querido sólo tributar  público homenaje de gratitud al venerable anciano a quien debí estímulo y protección”. (TPC, p 1299).
                Más allá de que seamos indulgentes o no con las calaveradas de Palma, interesa analizar  fríamente el primer fracaso amoroso del travieso autor de las Tradiciones Peruanas. Me resisto a creer que a la edad de 20 años  fuera tan asustadizo o tan huérfano de experiencia sexual. Si no hubiera leído el artículo Espíritu del siglo, que publicó en febrero 7 1852, podría creerle a pie juntillas. Allí  se muestra  jactancioso o palangana con sus triunfos literarios. Pareciera que hasta entonces el palomilla de barrio no había conocido la felicidad orgásmica. Se dejó atarantar por una suegra. No resistió la embestida. Pagó el noviciado. Y   tuvo que batirse en retirada. Nunca se curó del susto que le propinó  la madre de Teresa. Y siempre miró con ojeriza  a cuanta suegra se le cruzó en su camino.
                En el relato de Angélica Palma yo veo algo oscuro, que precisa aclarar. Si Palma fue sorprendido por la madre de Teresa en pleno besuqueo, eso no daba pie para que ésta lo amenazara con el matrimonio inmediato. No hay proporción entre la causa y el efecto, sabiendo que Palma era estudiante de Jurisprudencia en el Convictorio de San Carlos. ¡Y no necesito reivindicar el talento natural que éste tenía para las leguleyadas! La amenaza procedería si la madre lo hubiera sorprendido en pleno acto coital.
                En el relato de Ricardo Palma sorprende que el ministro Miguel del Carpio y Melgar estuviera tan al alcance de un muchacho que bordeaba los 20 años de edad. ¡Esos sí que eran tiempos felices de la república guanera! Ricardo Palma no recurrió a don Pedro Palma, sino a su padre putatitvo, el famoso “Mecenas” arequipeño, al que por lo visto le sobraba  tiempo y  dinero para solucionar los trapicheos de su protegido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario