miércoles, 8 de junio de 2011

25. MANUELITA SAENZ, LA LIBERTADORA


             Luego de la muerte de Bolívar, en 1830, el congreso peruano acordó dar acogida y asignar una pensión vitalicia a Manuela Sáenz Aispuru (1796-1856), quien fuera compañera del gran Libertador en sus días de gloria. La dama quiteña había prestado servicios distinguidos a la causa emancipadora. Era una de las 137 caballeresas honradas con la Orden del Sol del Perú, en 1822, por el general don José de San Martín (Evaristo San Cristóbal, 1958: p 12).
            Doña Manuelita pasó sus últimos 15 años (1840-1856) en Paita. Fue una atracción para los viajeros que desembarcaban en  el puerto norteño. La visitaron, entre otros, José Garibaldi (1851), el prócer de la Unidad Italiana, el sabio francés Boussingault y  Palma. Enferma de ciática. Vivía modestamente. Atendía un pequeño negocio de costurería y dulcería. Falleció, en noviembre 23 1856, durante una epidemia de difteria que asoló la región piurana.
Palma,  en 1856, era contador a bordo de la corbeta  de guerra Loa. Y conoció a la célebre quiteña, inmortalizada con el sobrenombre de La Libertadora por sus locos amores  con el Libertador Simón Bolívar. En 1889 publicó la tradición  La Protectora y la Libertadora como parte del libro Ropa vieja.  En ella pintó el siguiente retrato: “En el sillón de ruedas, y con la majestad de una reina sobre su trono, estaba una anciana que me pareció representar sesenta años a lo sumo. Vestía pobremente, pero con aseo, y bien se adivinaba que ese cuerpo había usado en mejores tiempos gro, raso y terciopelo. || Era una señora abundante de carnes, ojos negros y animadísimos, en los que parecía reconcentrado el resto de  fuego vital que aun le quedara, cara redonda y mano aristocrática”. (La Protectora y La Libertadora).  Cito por Palma,  1935: t IV, p 193.
Cuenta  Palma  que la visitó en varias ocasiones, disfrutando con la agudeza de su conversación. Era  —dice—  la discreción en persona: “Cuando yo llevaba la conversación a terreno de las reminiscencias históricas; cuando pretendía obtener de doña Manuela confidencias sobre Bolívar y Sucre, San Martín y Monteagudo, u otros personajes a quienes ella había conocido y tratado con llaneza, rehuía hábilmente la respuesta. No eran de su agrado las miradas retrospectivas, y aun sospecho que obedecía a calculado propósito el evitar toda charla sobre el pasado”. (La Protectora y La Libertadora).  Cito por Palma,  1935: t IV, p 194.

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