miércoles, 8 de junio de 2011

26. LA HIJA DEL OIDOR (1856?)


            Palma debió escribir esta tradición a poco de haber sido  iniciado en la logia masónica. Debió escribirla con mucho odio. Odio de clase. Y naturalmente, le sirvió de catarsis. Se propuso combatir el poder omnímodo de los jesuitas, enemigos seculares de la masonería. No pudo refrenar su odio, producto de sus frustraciones. Y con odio de catecúmeno imaginó una historia violenta, llena de exabruptos, que empieza con el rapto de la hija del oidor, y termina con el asesinato de la misma.
            Un libertino está poseído por un deseo incontenible de placer. Seduce a la hija del oidor pensado en disfrutar de la dote. El oidor le niega la mano de la hija, la deshereda y la desconoce. Entonces el libertino pacta con  otro libertino, que lógicamente es un jesuita. Éste paga 500 escudos por los derechos de traspaso. La hija del oidor no cede a los requerimientos impúdicos del jesuita. Y viéndose frustrado en sus planes orgiásticos, la mata, clavándole un puñal en el pecho. Y todo este esperpento acontece en el templo de los jesuitas. El crimen queda impune. Se descubre cuando el licencioso virrey Amat ejecuta la orden de expulsión de los jesuitas, en setiembre 1767.
            El catecúmeno Palma certifica que él ha visto la gota de sangre caída en el piso. Para escribir esta historia ha desdoblado al personaje: uno rapta y sacia sus bajos instintos; y otro mata, sin lograr el placer minuciosamente imaginado. El primero es un militar. Y el segundo, un sacerdote. Los 2 poderes se alían para hacer de las suyas.
            Palma habría recibido de la logia masónica el encargo de destruir el prestigio de la orden jesuita. Cumple el compromiso a medias; o sea, con trampas. Se desdobla. Habla como individuo pequeño-burgués. Y también como pueblo. Y por eso encabeza su tradición con el epígrafe en verso que dice: “El pueblo me la contó / Y yo al pueblo se la cuento”.
            Aquí Palma es un hombre del pueblo, que ha renegado de su madre, porque es negra. Pero también es la conciencia viva de una elite que busca el poder. Y como Palma todavía no tiene el poder de convencer con la palabra mentirosa, fracasa. Fracasa la escuela romántica. Fracasa la elite que está detrás de ella. Cuando la elite que ha llevado al país a la bancarrota económica y moral, habla en nombre del pueblo, sólo puede hacer populismo barato. Y Palma se puso al servicio de esta elite. Y para mejor congraciarse con ella utilizó el lenguaje académico, que ni era el suyo, ni era el del pueblo.
            El odio a los jesuitas fue una especie de fijación en Palma. Apareció en muchísimos pasajes de su obra. Empezó con La hija del oidor (1856?). Reapareció en: El Nazareno (1859), Las tres puertas de San Pedro (1876), Franciscanos y jesuitas (1877), El chocolate de los jesuitas (1879),  Entre jesuitas, agustinianos y dominicos (1886), Refutación a un compendio de historia (1886), etc.

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