miércoles, 8 de junio de 2011

33. JUSTOS Y PECADORES


            En esta tradición aparecen 2 ricas hembras: Transverberación y doña Engracia de Toledo. De la primera, por pertenecer a la clase oprimida, hace un retrato desmesurado: “Aindamáis, mientras él [el barbero Ibirijuitanga] jabonaba la barba, solía alcanzarle limpias y finas toallas de lienzo flamenco su sobrina Transverberación, garrida joven de diez y ocho eneros, zalamera, de bonita estampa y recia de cuadriles. Era, según la expresión de su compatriota y tío, una linda  menina, y si el cantor de Los Lusiadas, el desgraciado amante de Catalina de Ataide, hubiera, antes de perder la vista, colocado su barba bajo las ligeras manos y diestra navaja de Ibirijuitanga, de fijo que la menor galantería que habría dirigido a la Transverberación habría sido llamarla:

Rosa de amor, rosa purpúrea y bella.

Y ¡por el gallo de la Pasión! que el bueno de Luis de Camoens no habría sido lisonjero, sino justo apreciador de la hermosura. || No embargante que los casquilucios parroquianos de su tío la echaban flores y piropos, y la juraban y perjuraban que se morían por sus pedazos, la niña, que era bien doctrinada, no los animó con sus palabras a proseguir el galanteo. Cierto es que no faltó atrevido, fruta abundante en la viña del Señor, que se avanzase a querer tomar la medida de la cenceña cintura de la joven; pero ella, mordiéndose con ira los bezos, levantaba una mano mona y redondita, y santiguaba con ella al insolente, diciéndole: —Téngase vuesa merced, que no me guarda mi tío para plato de nobles pitofleros. || Ello es que toda la parroquia convino al fin en que la muchacha era linda como un relicario y fresca como un sorbete, pero más cerril e inexpugnable que fiera montaraz” (Justos y pecadores, TPC, p 333).
            En cambio, a doña Engracia de Toledo, adinerada y aristócrata, le echa flores a diestra y siniestra: “Doña Engracia de Toledo, que ya es tiempo de que saquemos su nombre a relucir, es una andaluza que frisa en los veinticuatro años, y su hermosura es realzada con ese aire de distinción que imprime siempre la educación y la riqueza” (Justos y pecadores, TPC, p 334).
            Aquí funciona la dualidad de Palma. Discrimina a las mujeres. Si son de la clase oprimida las muestra sensuales y voluptuosas. Obedecen destinos trágicos. El pecado de la carne las condena irremediablemente. Son tratadas como mujeres-objetos. Sólo sirven para el goce carnal. Una vez satisfecho el deseo del macho, vuelven a la condición de desvalidas. De las adineradas y aristócratas, aunque sean livianas y licenciosas, sólo habla en términos de belleza espiritual, no carnal. En el primer caso triunfa el Palma libertino; y en el segundo, el Palma puritano. De este modo sacia las expectativas del lector ambiguo e hipócrita, que discrimina y se regodea únicamente con los juegos sexuales creados por su autor favorito.

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