miércoles, 8 de junio de 2011

36. DON DIMAS DE LA TIJERETA (1864)


 Palma escribe y publica, en Lima, Don Dimas de la Tijereta (La República, n° 17, domingo marzo  6 1864). En esta  tradición cuenta cómo un escribano  del siglo XVIII le gana un pleito al Diablo. Se produce  un cambio radical en el estilo de vida, en la ideología y en el gusto literario del autor. Abandona el acento sombrío y solemne de las leyendas  románticas. Y afina el tono alegre, sensual e irreverente de las Tradiciones Peruanas propiamente dichas. Don Dimas  ¾dice  Palma¾   “[s]e enamoró hasta la coronilla de Visitación, gentil muchacha de veinte primaveras, con un palmito y un donaire y un aquel capaces de tentar al mismísimo general de los padres belethmitas, una cintura pulida y remonona de esas de mírame y no me toques, labios colorados como guindas, dientes como almendrucos, ojos como dos luceros y más matadores que espada y basto en el juego de tresillo o rocambor. ¡Cuando yo digo que la moza era un pimpollo a carta cabal”. (Don Dimas de la Tijereta, TPC, p 514-5).
Visitación no vive sola. La acompaña una vieja tía, flor y nata de la alcahuetería limeña.  El avaro escribano  le regala espléndidos joyas, y únicamente recibe calabazas. A cambio de ese tesoro de sensualidad que se llama Visitación decide entregar su almilla al Demonio. Un vientecillo lo lleva, en una noche oscura, al cerrito de las Ramas. No se parece en nada al cerro serrano y sombrío de Palla-huarcuna. En ese paraje encantado don Dimas de la Tijereta convoca al Demonio para celebrar un pacto. Se presenta Lilit, “diablo de bonita estampa, muy zalamero y decidor”, y  “correveidile de su Majestad Infernal”. Firmado el contrato, Visitación hace honor a su nombre, y visita al compactado en su tugurio, ebria de amor. “Lilit había encendido en el corazón de la pobre muchacha el fuego de Lais, y en sus sentidos la desvergonzada lubricidad de Mesalina”. (TPC, p 516).
            Palma hace el retrato de Don Dimas de la Tijereta en estos términos: “Érase que se era, y el mal que se vaya y el bien se nos venga, que allá por los primeros años del pasado siglo, existía en pleno portal de Escribanos de las tres veces coronada ciudad de los Reyes del Perú, un cartulario de antiparras cabalgadas sobre nariz ciceroniana, pluma de ganso ú otra ave de rapiña, tintero de cuerno, gregüescos de paño azul á media pierna y capa española de color parecido á Dios en lo incomprensible, y que le había llegado por legítima herencia pasando de padres á hijos durante tresjeneraciones”. (Don Dimas de la Tijereta, versión de La Revista de Buenos Aires, Buenos Aires,  año II, n° 15, julio 1864, p 465-473).
            Desde las primeras líneas de esta cita se sugiere la estampa picaresca del escribano, que sabe más trampas y triquiñuelas que el mismo Diablo. En pleno centro de Lima florece la flor y nata de la cundería limeña. El atuendo del personaje mueve a risa. Caricaturiza lo barroco y lo añejo de las prendas de vestir. Mezcla lo sagrado con lo profano. El remate exhibe todos los recutecos locuaces e impertinentes de la chismografía callejera. Lo ocurrente, el gracejo y la chispa se desbordan. Se alía la musa repentista con la aventura revesera. El sabor cizañero de los líos de comadres toman cuerpo. Se juega con la extensión de las cláusulas. La cláusula alargada favorece las exageraciones (“durante tres generaciones”) y los juegos  lingüísticos propios de la madurez de Palma con la palabra color de la capa española.  
En cámara lenta y con ritmo distendido el autor pasa revista al escenario, al personaje y a los trebejos de su profesión. Con  vocabulario arcaizante (cartulario, antiparras, pluma de ganso, tintero de cuernos, gregüescos, las tres veces coronada ciudad de los Reyes del Perú) nos saca del instante mismo del presente, para trasladarnos, como por arte de magia verbal, al pasado. Se sugiere más de lo que se dice. Se adivina la intención cachacienta. El personaje podrá ser todo lo ridículo y grotesco que se quiera, pero gana nuestra simpatía. Triunfa la lengua desinhibida.

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